miércoles, 19 de septiembre de 2012

Si te dibujo sin rostro...



Ella sentada en un rincón, esperando. Él en una esquina, echado con la mirada fija. Ella no lo sabe, él tampoco. Ambos se encontrarán en aproximadamente dos minutos, ella lo mirará con toda el alma y él con todo el corazón; un corazón de chico, imperante y nervioso… Ella no lo sabe aún pero le amará toda la vida, los diecisiete años que le quedan. Él aunque lo sospecha, teme que nunca en su vida, sesenta y dos años, encuentre a alguien como ella. Ella, linda, tímida y valiente. Él, seguro y preocupado, ansioso. Ambos juntos: perfectos, con peculiaridades tan extrañas que se hacen exquisitas. En esa mirada se contaron una vida, hallaron los planos de un ladrón de banco…  Tomaron la llave y le hicieron copia, encima les quedó tiempo para ir a un café a planear el resto, en ese momento lo supieron: La vida no sería igual, no sería perfecta pero tampoco importaba. 

 

Esa mirada también les enseñó que no siempre las cosas pasan porque pasan, a veces es el destino, que aunque escondido, sabe todo y espera. Espera a que dos extraños totalmente inadvertidos, encantados de una vida que recién empiezan, se crucen y hablen. Pero espera, no interviene. ¿Será que esa mirada y ese deseo puedan más que la prudencia y el miedo? El miedo a equivocarse intentando… a quedar mal parado.

Ella seria, lo invita con sus ojos.  Le pide que actúe. Él sonríe, la mira y hace absolutamente nada. Los dos esperan, el destino también… Nada, no pasa nada. Ella siente que su corazón está a punto de salir de su pecho y, con tristeza, sabe que nunca más regresará. Él, con esperanza, sabe que volverá, algún día… él verá la forma de hacerlo. El destino solloza, sabe que no lo harán, que ese momento quedará, sí en sus mentes, en sus sueños, pero que tristemente no volverá. El destino sabe más.

martes, 10 de julio de 2012

Desde mi ventana



Me desperté en la mañana, era un domingo como cualquier otro.

Aún estaba recostada, el reloj marcaba las siete como todos los domingos. Siguió la rutina: desayuno en mi habitación, jugo de naranja, tostadas, todo parecía seguir su curso. De pronto, algo pasó.

Sentí que me elevaba lentamente. No lo planeé, simplemente pasó. Me sentí como una pluma y de repente, me vi. No estaba soñando, como no lo estoy haciendo ahora. Era yo en realidad.
Estaba tendida sobre mi cama y sentía la fría brisa de la mañana en mi rostro, pero no en el que estaba consciente;  en mi otro yo, el que estaba tendido en la cama .Mi cabello rozaba mi nariz pero cuando quise apartarlo, no pude. No podía moverme.

El yo de arriba si podía moverse, hacía las mímicas de las acciones pero no se ejecutaban abajo. 
                     Quedaban en mi  mente. Estaba observándome tan tranquilamente, el fino silencio ayudaba.
Parecía dormida. Ya no soportaba el cabello sobre mi rostro,
me sentía ajena a mí misma.
De pronto, respiré profundamente y vi cómo el yo recostado también lo hacía una y otra vez.
Entonces quise abrir los ojos para despertar de ese estado, caer, volver en mí, lo que sea.
Pero ese mismo estado era tan complaciente, que no me atreví.
Quise saber cuánto duraría.


Desde donde me hallaba, casi a tres metros de mi cuerpo,
contemplaba el exterior desde mi ventana.
Vi a las personas que días antes me saludaban con una cordialidad un tanto fingida y yo
respondía de la misma manera.
Fue muy surreal, vivir eso que no debería; tal vez por eso quería continuar, seguir
en ese extraño mundo.


De pronto sentí una fragancia, un olor conocido.
El grass recién cortado, y como si alguien hubiera escuchado lo que estaba pensando,
se abrieron las ventanas de par en par y sentí la intensidad de ese olor.
Tan profundamente que mi cuerpo parecía disfrutar ese momento,
la combinación de la brisa, el grass, me cegaron más y más,
fue insuperable.
Al punto en que quise quedarme ahí para siempre. Conservando lo que tenía en ese instante,
lo tenía todo; todo lo que importaba, yo y esa mágica tranquilidad.
Era lo que había soñado, nada de preocupaciones en el lugar perfecto.
Podía oler el grass sin que importara de dónde viniese.
Me veía dormir plácidamente, aunque tenía frío.


Luego hice un gesto y volteé sin querer a mi derecha y vi un alfiler de costado, 
incrustado en la almohada.
Tuve miedo, el temor me invadió y ya no importaba la paz. Fue como si podía predecir lo que iba  a pasar
y me asustaba, sentí que me lastimaría, y no sabía cómo evitarlo.
No estaba en control de mi cuerpo, ahora sí tenía que salir de ese trance.
Aunque sólo sea un alfiler... algo iba a pasar.
¿Pero cómo habría llegado ese alfiler ahí? tan cerca de mi cuello.


La sensación se hacía más fuerte, no el miedo sino la somnolencia, el confort;
y ya no sabía si quería hacer algo al respecto. Porque en esa realidad estaba tan a gusto,
sumergida en esa atmósfera, que no quería hacer nada para interrumpirla.
Tenía más miedo de no regresar, de olvidar lo que se sentía.


Faltaba más tiempo, pero eso era precisamente lo mejor: No había tiempo.
No importaba. Si era real, no lo sé.
Vi mi cuello voltearse  hacia el alfiler, acercándose cada vez más.
Y luego, ya no sentí más.
Ya no pude, era muy tarde.


La sensación que me hacía perder todos los sentidos; en realidad,
sólo los disipaba, los hacía lejanos, se había ido.
Podía haber estado ciega, sorda, muda, podía no sentir el más mínimo tacto,
pero ese olor seguía, perduraba. 
Y quedé sedada por éste.Y sólo era grass.


Cuentos para soñar despierto (I)


De medianoche                                       

Entré a la habitación y mi corazón se detuvo – literalmente – por una milésima de segundo que pareció una eternidad.


Estaba frió como el hielo y el contraste de su sangre y los pedazos de carbón crearon en mí una imagen fantasmagórica y algo divertida.Es la ilusión de mi perversión…pensé. Ahora ya puedo continuar. Tomé el recogedor del suelo y lo arrimé hacia su pelo, largos cabellos que parecían brotar del subsuelo, perdiéndose entre la maleza y la inmundicia. Alguna vez te había visto correr… ahora ya no corre nada, ni el viento.



Te siento, inundada por la magia del instante, perfecta sincronía con la muerte, una víspera a la soledad, pero aún rodeada por tu esencia. Tenía que limpiar todo, pero cómo me gustaba ese desorden. Quería verte y escuchar esos largos susurros nocturnos, esa arcaizante voz que me enloquecía a tal punto de cometer cosas como éstas y aquellas. Aquellas que ya deben callar.


Pero mi voz te condena y se delata sola. Cuando sentí el palpitar de nuevo en mi pecho, entendí que nunca te quise, era la fría y distante ilusión que me creé con el pasar de los años. Te quiero sí, pero no por ti, sino por mí, por mis tontos caprichos, cosas de chica… Mórbidas escenas se me vienen a la mente pero debo ya dejar de reproducirlas, se me hace imposible hacerlo si te veo, porque aún te espero.


Mientras me acerco a tu cuerpo por última vez, una sonrisa se forma en tu rostro, me reconoces al fin, sí, era yo… así como soy yo ahora. Es hora. Y verte sonreír lo vale. No lo hagas, me dices. Pero ya me conoces, soy tan terca cuando tengo una visión, y hoy tuve una mientras te miraba. Nos envolví en la sombra alejada del amor, en la esperanza del mañana, un mañana libre, frágil. Siento mucho que me deje llevar por la fatalidad, pero sonríe, que ya poco falta. Vamos, yo río contigo, una vez más por todas y por nada, ya que va… terminemos todo de una buena… ¿Ves?

White wedding



Escucho los golpes de la batería y desciendo. Muevo los brazos y veo todo rosado, a excepción de él, a él todavía no lo veo, no es hora. El volumen aumenta y ya casi me pierdo entre la gente, ahora todo es verde. Todos se me acercan y bailan, ahora todo es negro. Sigo escuchando la batería una y otra vez, más fuerte, se mueve el piso al compás de la música, al igual que mis oídos todo retumba. Tengo un vestido, navego entre la multitud, la presión sube, llego al final y te veo. El padre está ahí, tú también, falto yo, ¿Acepto?

lunes, 9 de julio de 2012

Play Misty for me

Obsesión... Negación
Desesperación... Exasperación... 

... Una vez amantes, luego queda la incertidumbre y el miedo, un miedo a perderlo todo y sin saber qué se quiso en primer lugar.