martes, 10 de julio de 2012

Desde mi ventana



Me desperté en la mañana, era un domingo como cualquier otro.

Aún estaba recostada, el reloj marcaba las siete como todos los domingos. Siguió la rutina: desayuno en mi habitación, jugo de naranja, tostadas, todo parecía seguir su curso. De pronto, algo pasó.

Sentí que me elevaba lentamente. No lo planeé, simplemente pasó. Me sentí como una pluma y de repente, me vi. No estaba soñando, como no lo estoy haciendo ahora. Era yo en realidad.
Estaba tendida sobre mi cama y sentía la fría brisa de la mañana en mi rostro, pero no en el que estaba consciente;  en mi otro yo, el que estaba tendido en la cama .Mi cabello rozaba mi nariz pero cuando quise apartarlo, no pude. No podía moverme.

El yo de arriba si podía moverse, hacía las mímicas de las acciones pero no se ejecutaban abajo. 
                     Quedaban en mi  mente. Estaba observándome tan tranquilamente, el fino silencio ayudaba.
Parecía dormida. Ya no soportaba el cabello sobre mi rostro,
me sentía ajena a mí misma.
De pronto, respiré profundamente y vi cómo el yo recostado también lo hacía una y otra vez.
Entonces quise abrir los ojos para despertar de ese estado, caer, volver en mí, lo que sea.
Pero ese mismo estado era tan complaciente, que no me atreví.
Quise saber cuánto duraría.


Desde donde me hallaba, casi a tres metros de mi cuerpo,
contemplaba el exterior desde mi ventana.
Vi a las personas que días antes me saludaban con una cordialidad un tanto fingida y yo
respondía de la misma manera.
Fue muy surreal, vivir eso que no debería; tal vez por eso quería continuar, seguir
en ese extraño mundo.


De pronto sentí una fragancia, un olor conocido.
El grass recién cortado, y como si alguien hubiera escuchado lo que estaba pensando,
se abrieron las ventanas de par en par y sentí la intensidad de ese olor.
Tan profundamente que mi cuerpo parecía disfrutar ese momento,
la combinación de la brisa, el grass, me cegaron más y más,
fue insuperable.
Al punto en que quise quedarme ahí para siempre. Conservando lo que tenía en ese instante,
lo tenía todo; todo lo que importaba, yo y esa mágica tranquilidad.
Era lo que había soñado, nada de preocupaciones en el lugar perfecto.
Podía oler el grass sin que importara de dónde viniese.
Me veía dormir plácidamente, aunque tenía frío.


Luego hice un gesto y volteé sin querer a mi derecha y vi un alfiler de costado, 
incrustado en la almohada.
Tuve miedo, el temor me invadió y ya no importaba la paz. Fue como si podía predecir lo que iba  a pasar
y me asustaba, sentí que me lastimaría, y no sabía cómo evitarlo.
No estaba en control de mi cuerpo, ahora sí tenía que salir de ese trance.
Aunque sólo sea un alfiler... algo iba a pasar.
¿Pero cómo habría llegado ese alfiler ahí? tan cerca de mi cuello.


La sensación se hacía más fuerte, no el miedo sino la somnolencia, el confort;
y ya no sabía si quería hacer algo al respecto. Porque en esa realidad estaba tan a gusto,
sumergida en esa atmósfera, que no quería hacer nada para interrumpirla.
Tenía más miedo de no regresar, de olvidar lo que se sentía.


Faltaba más tiempo, pero eso era precisamente lo mejor: No había tiempo.
No importaba. Si era real, no lo sé.
Vi mi cuello voltearse  hacia el alfiler, acercándose cada vez más.
Y luego, ya no sentí más.
Ya no pude, era muy tarde.


La sensación que me hacía perder todos los sentidos; en realidad,
sólo los disipaba, los hacía lejanos, se había ido.
Podía haber estado ciega, sorda, muda, podía no sentir el más mínimo tacto,
pero ese olor seguía, perduraba. 
Y quedé sedada por éste.Y sólo era grass.


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